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Aliño rico rico para ensaladas sosas sosas, y cómo superar los comienzos que parecen imposibles

La receta de hoy es una receta sencilla, pero para mí fue fundamental durante los primeros meses en los que cambié mi alimentación. Así que hoy he decidido compartirla contigo porque considero que puede ayudarte a ti y a mucha gente que esté en un cambio de alimentación, y también a aquellos que, independientemente de lo que coman, quieran probar recetas nuevas. En el post de hoy, te cuento cómo surgió esta receta y por qué la llamo así.

Verás, cuando empecé a darme cuenta de que mi vida no era la que yo quería, una de las primeras cosas que decidí cambiar (prácticamente me vi obligada a cambiar) fue mi alimentación (puedes leer un poquito sobre el tema en Mi historia). Y el mayor cambio que realicé fue pasar de una alimentación omnívora a una dieta en torno a un 80% crudivegana en la que, además, eliminé el gluten. Como te podrás imaginar, el cambio fue más que radical y para nada fácil. Sin embargo, tenía un motivo muy fuerte: quería recuperar mi salud, y llevar la vida que quería. Imagínate lo que es pasar de comer prácticamente cualquier cosa a comer prácticamente todo crudo y sin gluten (por supuesto, nada de patatas fritas, ni galletas, ni nada por el estilo). No tenía formación, no sabía cómo lo podía hacer,  y no me resultaba fácil ponerme a investigar ni a probar recetas en casa porque mi enfermedad no me lo permitía. Lo único que tenía claro era que lo tenía que hacer, así que me puse  manos a la obra como buenamente pude.

La primera semana me llené de ánimo y de entusiasmo porque tenía la esperanza de que todo iba a ir a mejor y que pronto vería los primeros resultados. Sin embargo, después de ese primer subidón originado por mi entusiasmo e ilusión de llevar una vida nueva y una salud mejor, mi energía fue disminuyendo. Probablemente lo que te voy a decir no sea lo más popular, ni lo que se suela leer por blogs que hablan sobre estos temas, pero fue lo que a mí me pasó. Verás, después de llevar dos semanas comiendo crudo, no aguantaba más, no era capaz de tragar más lechuga, más calabacín, más pimientos, ni nada que no se cocinara de alguna manera. Estaba provocada, cansada de comer esa comida aburrida y sin sabor. Tenía que hacer algo o ese viaje estaba por llegar a su fin antes de lo que yo había imaginado.

Seguí un poquito más, y me puse a buscar información en Internet con la intención de lograr lo que me había propuesto. Poco a poco fui dando con los blogs de personas que se alimentaban de manera crudivegana o que hacía poco habían hecho un cambio de alimentación como el que yo estaba realizando. Me sentía totalmente esperanzada, no estaba sola, había muchos recursos disponibles «¡Qué ilusión!» Sin embargo, según leía blogs y más blogs, mi ánimo caía en picado, tan rápido como había subido. Todos esos posts hablaban de lo maravilloso y fantástico que era comer así, de lo sabroso que resultaban las verduras crudas, de lo imposible que les resultaba a ellos pensar en comer como comían antes. Prácticamente para ellos era un orgasmo el comer crudo. “¡¡¿Pero qué me estás contando??!! ¡¡¡¿¿Venga ya?!!” Para mí era impensable que hubiera gente que disfrutara tantísimo de la comida cruda. “¡Si las verduras no saben a nada!”, pensaba yo malhumorada. Para más remate, hablaban también de los cambios experimentados prácticamente desde el primer día: su energía, su piel, su cabello, la calidad de su descanso, su estado de ánimo… todo era mucho mejor. Yo leía y pensaba que esa gente debía ser especial, que a mí eso no me podría pasar nunca, que era imposible. Yo llevaba más de dos semanas así y no notaba nada, absolutamente nada. Bueno, no, perdón, sí notaba algo: que estaba llegando a ese punto en el que las verduras se iban a convertir en mis peores enemigas.

Así que ¿qué podía hacer? Había leído muchos libros en los que se explicaba la “teoría” de llevar una dieta de depuración. Estaba convencida de que obras como La tercera medicina del Dr. Jean Seignalet, en la que se hablaban de muchos casos prácticos de enfermos que habían recuperado su salud con una alimentación así, no podían ser una broma. Sin embargo, esos libros no me contaban cómo podía hacer soportable ese estilo de vida. Y los blogs en los que la gente compartía recetas, me habían desalentado totalmente porque parecía que, si no adorabas ese tipo de alimentación, esas recetas que te entraban por los ojos, pero por ningún lado más, es que no había nada que hacer. Y ahí estaba yo. Quería seguir, pero no encontraba ya las fuerzas para hacerlo.

La cuestión es que mi paladar estaba totalmente atrofiado por todos los aditivos y sustancias que los alimentos de hoy en día contienen. Como consecuencia, comerme un tomate (y más si no era ecológico) era la cosa más sosa e insípida que me podía poner en el plato. Y la comida para mí había sido siempre una fiesta, y es que mi padre es un estupendo cocinero (durante muchos años fue uno de los jefes de cocina de uno de los hoteles de 5 estrellas más importante de la capital de la isla; así que imagínate la comida rica que se hacía y se hace en mi casa). La cosa es que estaba llegando a ese punto en que, si veía un pepino o una zanahoria más, iba a convertirlos en armas arrojadizas que utilizaría contra cualquiera que me dijera lo ricas que estaban las hortalizas. Veía que no iba a ser capaz de seguir con ese tipo de alimentación durante mucho más tiempo. Y sabía lo importante que era si quería mejorar mi salud. Así que estaba en un momento bastante complicado.

Te juro que no sé cómo lo hice, pero seguí adelante. Seguí comiendo crudo: en un 80% la mayoría de días, en un 100% otros. Pasado el tiempo llegué a la conclusión de cómo había seguido con ese tipo de alimentación. No fue el cómo lo que me llevó a lograrlo, fue el por qué. Lo que me empujó a seguir adelante era lo mal que me sentía, muy mal. Había visto como en los últimos años mi estado había empeorado, me encontraban problemas de salud nuevos, y los médicos no me daban soluciones porque, según ellos, no las había para una enfermedad crónica de esas características. Yo me negué a aceptarlo, me negué a que mi vida fuese cada vez a peor. Si alguien lo había conseguido ¿por qué yo no? Y eso me dio fuerzas para continuar con «mi experimento».

Empecé la cuarta semana con el propósito firme de continuar luchando por mi salud, pero ya prácticamente sin ganas de comer porque esa alimentación me resultaba intragable. La cuestión es que ahí estaba, cortando las verduras y pensando en que me tenía que comer ese plato insípido porque, aunque cambiaba de ingredientes, todas los platos me sabían igual. Recuerdo estar pelando una zanahoria y detenerme, dejar el pelador en la encimera y taparme la cara con lágrimas en los ojos. Visto con perspectiva, resulta absurdo e incluso egoísta, pero en ese momento el simple hecho de que todo lo que comía me supiera a nada, y que tuviera que aguantar aquello por culpa de una enfermedad, hacía que sólo quisiera llorar. Por suerte, tengo un carácter bastante luchador, así que, pasados unos minutos, fui capaz de secarme esas lágrimas y decidir crear un aliño que me permitiera hacer esa ensalada tragable. Y me puse manos a la obra. Saqué de la nevera todo lo que pudiera ayudarme a crear una salsa. Fui poco a poco echando ingredientes y corrigiendo, y lo que resultó fue un aliño maravilloso, que sabía a gloria bendita, que era lo que precisamente estaba buscando, lo que necesitaba para afrontar ese cambio de alimentación.

Desde ese momento las ensaladas me resultaban totalmente diferentes ¡eran un auténtico regalo para mis papilas! Las hortalizas dejaron de ser trozos de plástico que no sabían a nada para pasar a tener un sabor delicioso que hacían de ese momento una fiesta. Recuerdo lo que disfruté ese día comiendo esa ensalada. Después de tres semanas enteras, volvía a disfrutar del placer de comer. Era increíble.

Pasado los primeros meses, mi cuerpo respondió y empezó a dar las primeras señales de que iba por buen camino. También mi paladar se transformó. Algo que para mí resultaba impensable ocurrió: empecé a disfrutar con las verduras sin aliño y sin necesidad de enmascararlas constantemente. Fue entonces cuando comprendí todo aquello que había leído en otros blogs sobre lo maravilloso que era comer los productos tal cual nos lo da la naturaleza.

Y este rollo que te he echado ha sido simplemente para contarte cómo surgió esta receta y porqué se llama así. De modo que, sin más dilaciones, te dejo con la receta de este sencillo, pero sabroso aliño que hará de tus ensaladas una experiencia totalmente diferente. 

Para una ensalada grande para 2 personas.

Contenido

Ingredientes

  1. 1/2 manojo de perejil (40 gr aprox.)

  2. 1 trozo de jengibre del tamaño de un dedal (6 gr aprox.)

  3. 2 cdas de aceite de oliva 1ª presión en frío

  4. 1 cda de sirope de ágave

  5. 1 cucharita de té de mostaza ecológica

  6. 1 cda de semillas molidas

  7. Un chorrito de 1/2 limón

  8. Agua mineral


Ingredientes aliño rico rico

Elaboración

Prepara la ensalada que quieras y, a continuación, elabora el aliño siguiendo los pasos descritos a continuación.

  1. En una picadora o molinillo de café, echa las semillas y muele hasta hacerlas harina.

  2. Pela el jengibre y «despluma» el perejil (yo llamo «desplumar el perejil» a quitarle los tallos gordos y dejar las hojas con los tallitos más pequeños).

  3. Pon todos los ingredientes del aliño en el vaso de una batidora y añade un chorrito de agua (como 2 cdas)  y bate añadiendo poco a poco agua hasta obtener la consistencia de una salsa.

  4. Vierte sobre la ensalada y mezcla bien para que todos los ingredientes se impregnen del aliño.

Notas

  1. En mis primeras elaboraciones utilizaba sirope de ágave, pero en la actualidad intento usar siempre sirope de ágave crudo. Si estás en tus comienzos, puedes utilizar el sirope de ágave normal. Hay alternativas más sanas, pero la cuestión es dar tus primeros pasos, no hacerlo todo perfecto desde el día uno.

  2. Puedes utilizar un solo tipo de semillas o mezclar varias para elaborar el mismo aliño. Las que suelo utilizar para esta receta son las semillas de sésamo, de lino y de chía. También venden paquetes con diferentes mezclas de semillas ya molidas. Si no dispones de molinillo o no dispones de mucho tiempo, puedes decantarte por esta opción.

  3. Si te falta alguno de los ingredientes, no tengas problema, adáptate a lo que tengas y vete corrigiendo el sabor de tu creación.


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El aliño que creé ese día fue experimentando pequeñas modificaciones hasta dar con esta versión final que comparto contigo, pero, como siempre, puedes adaptarlo a tu gusto. Yo desde pequeñita he sido una persona con debilidad por lo dulce (ya no tanto), y por eso le añadía el sirope. Si te gusta más el punto ácido, reajusta y añade más limón. Si eres de los que adora lo fresco y picante, échale más jengibre (me encanta el punto que le da). Si te apasiona el sabor a mostaza, añade más cantidad. Todo es cuestión de utilizar esta receta como base y hacer tu propia versión.

Quizá pienses que todo esto me pasó porque probablemente no comía muchas ensaladas ni comidas crudas antes. Qué va. Solía comer ensaladas, pero todas ellas con ingredientes y aliños que enmascaraban el sabor de las hortalizas: taquitos de jamón de los que venden ya cortados, taquitos de queso, palitos de cangrejos, cuscurros de pan, salsas de yogur, etc. Vamos, todo para darle un toque diferente a las ensaladas. Eso hizo que me constara mucho deshacerme de esos ingredientes «divertidos» que quería incluir en mi dieta, pero que no debía incluir.

La experiencia que te cuento, como has podido comprobar, no fue fácil ni divertida. Pero es importante que tengas en cuenta que fue mi experiencia. Si estás viviendo una situación parecida a la que yo viví, no pienses que tiene que ser exactamente igual. Mis papilas gustativas estaban totalmente atrofiadas y no eran capaces de disfrutar de los sabores que la naturaleza nos proporciona. Además, yo estaba enfadada con la vida y con el mundo, y eso tampoco me ayudaba. No sabía las cosas que sé ahora, como el simple hecho de que nuestro sentido del gusto está alterado por los ingredientes de la dieta moderna. Así que, mi recomendación es que te des tiempo, que te quieras, que seas paciente, y verás que puedes conseguir lo que tantos otros hemos conseguido. Al final, lo que ocurre es que la alimentación es una poderosa herramienta que requiere del ingrediente más importante que hay que echarle a todo en la vida: el amor.

Un abrazo,


P.D.: a todas estas se me olvidaba contarte algo fundamental para ayudarte a superar los comienzos que parecen imposibles. La clave principal para arrancar es estar harto de tu situación. Aunque parezca un poco raro, el no aguantar más la situación que tienes delante es el mejor de los motores para asegurarte la marcha hacia delante.

P.D.2: que se me olvidaba también (cómo estoy, cómo estoy). Este aliño, si no lo haces muy líquido, lo puedes utilizar para acompañar unos crudités, los bocaditos de tofu y semillas al Garam Masala, y todo lo que se te pueda ocurrir. Por ideas que no sea 😉

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