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Cómo hacer frente a un brote cuando tienes una enfermedad autoinmune




Las recaídas siempre son duras cuando estás atravesando una enfermedad autoinmune. Puede que, si ese brote se da cuando has comenzado un proceso de sanación, resulte más desesperanzador y demoledor.


Cuando hablamos de una recaída o un brote de una enfermedad autoinmune, nos referimos a la reaparición de los síntomas que la persona experimenta, un aumento en la intensidad o la aparición de síntomas nuevos.

Esta definición podría servirnos como punto de partida, puesto que cada autoinmune es un mundo, y porque dos personas atravesando la misma enfermedad no tienen porqué tener una experiencia ni siquiera similar.


QUÉ NOS AYUDA


Y lo que suele ocurrir, en muchos casos, es que ese brote trae consigo un período de tristeza, de enfado, de rechazo de lo que está pasando… Porque parecía que la cosa mejoraba, que podías hacer una vida más “normal” y porque, incluso, habías dejado volar la imaginación y te veías como antes de que esa pesadilla con nombre de enfermedad comenzara.


Sentirlo todo

Y lo que toca es precisamente eso, abrazar el dolor, darle espacio en nuestro interior y darnos espacio a nosotras en ese estar. Acoger esa parte que tiene miedo e, incluso, ira por lo que está pasando. El abrir nuestros corazones y dar cobijo a aquello que está queriendo ser sentido en su totalidad es, de por sí, sanador.


Así que parte de lo que implica atravesar una recaída es permitirse esa vivencia con todo lo que trae para cada una. “Siento rabia”, “siento enfado”, “siento tristeza”, “siento hartazgo”… lo que sea, lo que venga.


Todo tiene su momento; así que, para hacer de la recaída un proceso lo más suave y compasivo posible, me pongo en la disposición de darle la bienvenida a todo; que sentirlo todo no es el problema; que abrirme a todo lo que como ser humano soy capaz de sentir no es el muro que bloquea mi camino ni que imposibilita mi sanación.


Cuando me encuentro con lo que verdaderamente me está trayendo esta experiencia, entonces, estoy siendo capaz de darme espacio para superar un brote que viene acompañado de tanto dolor no solo físico, sino emocional.


No estancarme

Y, como todo tiene su momento, también lo tiene el enfado, la rabia, la tristeza, el hartazgo… Por eso, permanecer mucho tiempo en ese estado de indignación y contrariedad con respecto a lo que está sucediendo, solo nos mantiene en el sufrimiento. Nos quedamos estancadas y, entonces, convertimos una piedra o una roca del camino en un muro infranqueable.


Aceptar no resignarme

En muchas ocasiones, una recaída aparece cuando estamos dando los primeros pasos o ya inmersas en un proceso de sanación. Lo conozco muy bien porque éste fue mi caso (aquí te comparto mi historia).


Como digo, una recaída nunca es fácil; pero, cuando has empezado a trabajar por tu salud, a hacer movimientos para poder transformar eso que la vida te ha puesto por delante, experimentar nuevamente los síntomas con toda su dureza o que otros nuevos aparezcan, te hace menos sentido si cabe.

Sin embargo, la recaída es una señal también de que toca aceptar las formas en las que la vida se presenta, y el ritmo que nuestro viaje de transformación y sanación está, por lo pronto, adoptando.


Y este ejercicio de aceptación que nos toca hacer en algún punto de este viaje no tiene nada que ver con la resignación. La resignación es una aptitud de pasividad en la que entrego todas las posibilidades que la vida me ofrece.


Cuando me resigno, estoy dando por hecho que no puedo hacer absolutamente nada al respecto. Hay una derrota. Hay un “da igual, ya no puedo más, total ¿para qué?” ¿Para qué? Para mucho, para ti, para encontrarte, para descubrirte, para sanarte, para vivirte.


De modo que resignarse a esa brote y, por tanto, a la enfermedad, inevitablemente nos lleva al dolor, pero no el propio de la autoinmune. Aquí es donde aparece el dolor y el sufrimiento que no son físicos, y que todas las personas que atraviesan o han atravesado una enfermedad autoinmune o crónica de manera irremediable han experimentado en alguna ocasión.


Sin embargo, la aceptación es una actitud sabia y poderosa de apertura, en la que asiento a lo que la vida me trae. En la aceptación hay rendición, no resignación. Y ¿a qué me rindo? Me rindo a esa recaída, a que es una verdad, a esto que la vida me ha puesto por delante, me guste o no. Es un “Vale, esto está sucediendo; voy a abrirme a ello por duro que sea porque algo nutritivo me traerá aunque ahora no lo pueda ver.”


Y, entonces, mi energía no se invierte más en aquello que se escapa de mis posibilidades, sino que se vuelca en los posibles que están ahí para que yo los reconozca y los transforme.


Abrirme al mensaje


Cuando hemos iniciado un viaje de sanación, una recaída nos muestra que aún hay reajustes que hacer, patrones que abandonar, miradas que seguir transformando.


De modo que no poder hacer una vida “normal” a causa de que los síntomas que acompañan a ese proceso autoinmune hayan reaparecido, me está indicando que pare para que no me mueva hacia donde no es; me está indicando que quizá esa vida “normal” no la tengo que hacer, que tengo que hacer mi vida “normal”. La mía, genuina, única, la de nadie más; aunque esto cueste y mucho.


Una recaída se puede vivir como una invitación a encontrarnos de frente con algo que realmente es tema para nosotros, y que no estamos teniendo presentes al completo. Puede servirnos para conectar con aquello que no ha sido atendido hasta este momento, para renovar la vida que nos habita, y que hace demasiado dejamos de habitar en su completud.

Una recaída es una oportunidad para resignificar el proceso autoinmune o crónico que estamos atravesando. Resignificar es darle un nuevo sentido, uno que sea útil y nutritivo, de manera que nos desvele el sendero que no estamos tomando o ese lado del camino que no estamos queriendo andar porque nos parece más oscuro y peligroso.


Y para resignificar, para darle un nuevo sentido, para abrirnos a esa invitación que un brote nos trae, debemos estar presentes. Estar presentes es parar, silenciar todas las voces (las externas, pero también las internas) para que podamos morar en nuestro corazón y conectar con él. Y desde esa conexión abrir preguntas que en este momento verdaderamente tienen sentido ser abiertas.

Y nos escuchamos con atención para así, a través de la pregunta, poder conectar con aquello que necesita ser abordado como siguiente paso en nuestro camino de sanación.


Te comparto algunas para que te sirvan como guía, y así puedas abrir las tuyas:

  • ¿Qué puede haber tras este brote?

  • ¿Qué me está pidiendo esta recaída?

  • ¿Qué me duele a través del cuerpo?

  • ¿Qué mensaje, cuyo idioma desconozco de momento, me está queriendo transmitir para que pase a mi atención y mi conciencia?

  • ¿A qué le estoy dando la espalda en mi vida porque me incomoda?

  • ¿Qué es lo que más deseo para mí en estos momentos?

  • ¿Qué otra parte mía sabe, en el fondo, o intuye qué pasos están queriendo ser dados pero me veo incapaz de dar?

Podemos vivir una recaída como un muro en el camino que impide cualquier movimiento, o podemos vivirla como una piedra que nos posibilita subirnos a ella y ver mejor el camino que hemos de tomar... Pero eso ya es una decisión personal.


Para terminar te comparto una pequeña fábula entre un chico y un caballo:


¿Qué palabra es la más valiente que has dicho alguna vez? - Preguntó el chico.

Ayúdame – Dijo el caballo.

Pedir ayuda no es rendirse, dijo el caballo. Es negarse a darse por vencido.


Que no te des nunca por vencida…


Con cariño,






P.D.: Y, si sientes que es el momento para empezar a coger el sendero que necesita ser tomado, o que es el momento de seguir el consejo del caballo, puedes leer aquí todo sobre mi trabajo o mandarme un correo aquí si tienes alguna duda.



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