

MI HISTORIA COMIENZA DONDE MUCHAS CREÍAN QUE TODO TERMINABA.
Cuando el cuerpo se derrumba,
la identidad se rompe y
el miedo parece ocuparlo todo.
Pero fue ahí donde encontré la verdad que lo cambió todo:
que cada síntoma tiene un sentido,
que la biología responde a lo vivido, y
que, cuando entendemos ese lenguaje,
la vida empieza a organizarse por dentro.
Hoy acompaño a mujeres que viven lo que yo viví,
para que descubran su fuerza, reconecten con su cuerpo y puedan salir de la cronicidad.
Pero no siempre fue así.
Antes de encontrar ese sentido,
viví lo mismo que quizás estás viviendo tú ahora.
Sé lo que significa sentir que tu cuerpo
se vuelve desconocido.
Que los diagnósticos ocupen tu vida.
Que los médicos hablen de cronicidad y tú solo veas
más miedo, más límites, menos futuro.
Hace más de 15 años, dos enfermedades autoinmunes (síndrome de Sjögren y hepatitis autoinmune) me pusieron contra las cuerdas:
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Dolor generalizado.
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Fatiga crónica.
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Sequedad de mucosas.
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Inflamación de las articulaciones.
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Síndrome de Raynaud.
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Fiebre diaria durante meses.​
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Problemas digestivos.
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Problemas en la piel.
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Síntomas sin explicación.
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Revisiones constantes.
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Tratamientos que me dañaban más de lo que me ayudaban...
Me sentía atrapada en una jaula invisible.

Era una mujer como tantas, con una vida sencilla
y ganas de disfrutar lo cotidiano.
Apenas comenzaba mis treinta cuando la enfermedad irrumpió sin aviso. Todo lo que había empezado a construir -una relación que comenzaba, unas oposiciones que acababa de aprobar- se desplomó de repente... la estabilidad, la energía y la seguridad se desvanecían delante de mis ojos.
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Dolor, agotamiento, síntomas imposibles de controlar… y la sensación de estar sola frente a un cuerpo que no reconocía en absoluto.
Nadie parecía comprender del todo lo que me estaba pasando, y empecé a creer que el problema era yo. Me preguntaba si quizá exageraba, si quizá era débil o demasiado sensible. Y, mientras mi cuerpo gritaba, solo quedaba el eco del miedo, la rabia, la tristeza y una soledad que resultaban casi insoportables.
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Durante los primeros años, me hundí en la abnegación y en el rechazo de mi propio cuerpo, atrapada en la idea de que se había roto para siempre.

Sin embargo, un día, sentada en la sala de espera de unas pruebas de control, algo cambió.
No hubo iluminación, ni milagros, ni revelaciones trascendentales. Solo estaba yo, con todos mis síntomas a flor de piel, enfrentando el sinsentido de aquel ciclo interminable de médicos, análisis, tratamientos y dolor.
En ese momento algo se movió dentro de mí. No fue un pensamiento, sino un sentir profundo, una certeza: podía seguir repitiendo esa historia o elegir otra.
Y esa elección - tan silenciosa, tan simple -, fue el comienzo de todo.
Nada cambió de manera inmediata. De hecho, durante meses continuó apararentemente igual que ese día, en esa sala de espera, en ese hospital.
Ahora bien, algo en mi interior despertó: la semilla de mi propio poder y de mi capacidad de sanación había sido plantada.
En ese tiempo, probé de todo: cambios de dieta, suplementación, fitoterapia, homeopatía, ayunos, iridiología, pares biomagnéticos, biorresonancia... terapias alternativas y trabajos energéticos de todo tipo.
Nada logró aliviar de manera definitiva los síntomas, ni evitar los siete meses de fiebre diaria que atravesé.
Fue un camino de prueba y error que me enseñó que las soluciones superficiales no eran suficientes; necesitaba un enfoque más profundo y completo para comprender lo que realmente sucedía en mi cuerpo.
Con el tiempo comprendí que mi cuerpo no se había vuelto en mi contra.
Estaba respondiendo.
Comprendí que cada síntoma tenía un sentido, una función, una lógica que hasta entonces había pasado por alto.
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Dejé de buscar culpables -ni en mí, ni en la vida, ni en el cuerpo- y empecé a escuchar lo que estaba mostrando.
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Detrás de cada reacción, había una inteligencia que no me dañaba, sino que intentaba protegerme, mantenerme a salvo, incluso cuando yo no lo entendía.
Aprendí que mi cuerpo no estaba fallando,
estaba hablando.
Y que la enfermedad, lejos de ser un enemigo, era el mapa más honesto hacia mi propia verdad.

De ahí nació una vocación profunda, dejé mi puesto de funcionaria y comencé a acompañar a otras mujeres con enfermedades autoinmunes a:
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reconectar con su cuerpo,
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comprender el sentido biológico de cada uno de sus síntomas y
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recuperar el poder sobre su proceso de sanación.
Hoy, más de quince años después, vivo libre de síntomas, de tratamientos y de revisiones.
Por eso, acompaño a otras mujeres a descubrir esa misma libertad en sus propios cuerpos.
Desde esa experiencia, transformé mi aprendizaje autodidacta en un camino de formación sólida y rigurosa: me formé en diferentes modalidades de psicoterapia y en el enfoque biológico de la enfermedad, integrando todo lo aprendido en mi propio viaje.
​Durante estos años he estudiado con referentes internacionales en nutrición, medicina integrativa, trauma y desarrollo psicoespiritual , me he especializado como terapeuta Gestalt, profundizando en psicoterapia somática, arteterapia y trabajo biográfico.

Paralelamente, me adentré en un enfoque científico poco conocido sobre el origen biológico de la enfermedad —un conocimiento tan preciso como silenciado— que demuestra cómo cada síntoma responde a una lógica natural del cuerpo.
Comprenderlo me permitió confirmar, desde la ciencia, lo que ya había vivido en mi propia piel: que el cuerpo no se equivoca y que, cuando entendemos el conflicto que da origen al síntoma, el proceso de sanación puede comenzar de verdad.
Este mismo principio guía hoy mi trabajo: acompaño a cada mujer a descubrir lo que su cuerpo intenta resolver y a participar activamente en ese proceso con consciencia, hasta reencontrarse con la sabiduría que la habita.
Un poquito más de mí...
Soy compañera de vida, hija, hermana, amiga...
Me cautivan los días de lluvia y tormenta; pero, como buena isleña, llevo salitre en las venas y adoro la arena y el olor a mar. La luz del amanecer me da calma, pero también energía.
​​​Creo que nos conforman aspectos visibles y no visibles. Pero, sobre todo y ante todo, soy fiel creyente del poder de cambio y de curación que reside en cada ser humano.
De mi propia vivencia tengo la certeza de que ser visto y escuchado sin juicio y de manera genuina por otro ser humano es una de las experiencias más curativas que pueden existir en el mundo.
