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Los virus y tu sistema inmunitario

Puedes leer este post mientras te tomas algo; o puedes escucharlo aquí, y mirar el cielo. Tú eliges ;-)


Como quizá ya sabes, con poco más de 30 años cargaba en mi mochila dos enfermedades autoinmunes. En realidad, este hecho, aunque me cogiera completamente por sorpresa fue algo bastante previsible. Conseguir dar un giro de 180º a mi realidad fue posible al tomar consciencia, entre otras muchas cosas, de un hecho fundamental: el problema no es el virus; el problema es el terreno. Y en el post de hoy comparto contigo una de las claves para que consigas que tu salud experimente un antes y un después.

 

Como te decía, el hecho de que mucho antes de llegar a los cuarenta estuviera diagnosticada con dos enfermedades autoinmunes, no era ni remotamente mi sueño. Sin embargo, y visto desde la perspectiva que da el tiempo y los cambios internos profundos, era algo que se veía venir.

MIS COMIENZOS… ¿Y LOS TUYOS?

Durante toda mi infancia fui una niña especialmente enfermiza. Los catarros se convertían en bronquitis con una facilidad tremenda; y recuerdo, como si fueran ayer, las noches en que mi madre me quitaba toda la ropa posible por la temperatura tan alta que alcanzaba. Las placas en la garganta y los antibióticos eran el pan nuestro de cada día. Recuerdo correr por mi casa escondiéndome de mis padres, y a mis hermanas mayores bloqueando la puerta de la despensa para impedir que mis padre me cogiera, me sujetara y mi madre me pinchara el antibiótico de turno.

Cuando tuve la suerte de que me empezaran a prescribir antibióticos orales, mi estómago hacía que los vomitara, según los ingería. Lógicamente llegó un punto que el solo olor de esos sobres me producía unas náuseas tremendas, y lloraba desconsolada por tener que tomármelos.

Mi madre terminó llevándome a un pediatra especialista para ver qué podían hacer conmigo y mis bronquitis recurrentes. Recuerdo entrar a esa consulta, a pesar de que no tenía más de 8 años, y pensar que sí me gustaba ese médico. Su recomendación fue que nadara para que así se abriera mi caja torácica y pudiera expulsar con más facilidad esa mucosidad que me causaba las bronquitis y la temperatura de más de 40º. Desgraciadamente, creo que a mi madre la sola idea de meterme en una piscina helada en pleno invierno (no había climatizadas en donde yo vivía) y con mi sistema inmunológico por los suelos, le pareció una locura.

Además, tenía flemones y llagas constantemente en mi boca, algunas causadas por las fiebres altas; otras, simplemente porque era carne de cañón para todo tipo de microbios. Las infecciones de oído los primeros días de verano estaban aseguradas, y creo que mi madre, al menos, agradecía que ella fuera enfermera para no depender de nadie a la hora de estar inyectándome continuamente los antibióticos que mi pediatra me prescribía.


POR DÓNDE CONTINUÉ

Y es verdad que hubo unos años durante mi adolescencia y primera juventud en los que mi salud me dio una tregua y parecía una chica relativamente sana. Sin embargo, esos años no tratados correctamente, con tantos antibióticos y tantos tratamientos causó un daño a mi flora bacteriana y a mi sistema digestivo bastante importante, por lo que era fácilmente previsible el desenlace que tuvo lugar más adelante.

De adulta, y como bien sabes (si no, te lo cuento aquí), terminé con dos enfermedades autoinmunes ya en mi treintena. Mi sistema inmunitario estaba totalmente destrozado. Por un lado, me decían que estaba sobreexcitado y por eso atacaba indebidamente a lo que no tenía que atacar (de ahí que tuviera dos autoinmunes).


Sin embargo, por otro, mi sistema inmunitario estaba tan debilitado que, mientras lidiaba con esas dos patologías, también tenía que hacer frente a catarros, gripes, infecciones en la faringe, hongos en los pulmones, parásitos intestinales, infecciones del tracto urinario, incluso una de las muchas que tuve alcanzó uno de mis riñones, causándome una pelionefritis.

Eso sí, la guinda del pastel fue la lesión precancerosa en el cuello de mi útero que me causó un virus. Estaba claro que mi salud era un claro reflejo del pésimo estado en el que se encontraba mi sistema inmune.

UNA NUEVA VISIÓN, UN NUEVO CAMINO

La urgente necesidad de transformar mi salud general dieron lugar a una investigación profunda y una formación autodidacta sobre qué era lo que mi cuerpo necesitaba y me estaba pidiendo a gritos. Este primer paso me llevó, a su vez, a estudiar en la mayor escuela de nutrición de los Estados Unidos, el Institute for Integrative Nutrition de Nueva York.

Tras seguir con mi formación autodidacta y a través de diferentes cursos, retiros, seminarios y talleres, empecé a transformar por completo mi salud y, en consecuencia, mi visión de la salud y de la enfermedad. Ya que, a medida que ahondaba en mi propio proceso, me daba cuenta de que el cuerpo era un terreno en el que, si era propicio, las malas hierbas podían crecer con mucha facilidad. Y eso era lo que me había pasado durante mi infancia y que se había terminando volviendo a repetir, en mi primeros años de edad adulta de una manera mucho más perjudicial.

Uno de los primeros aspectos de los que tomé consciencia, y que hoy quiero compartir contigo, fue el hecho de que para que yo estuviera así era porque se daban las condiciones adecuadas para ello.


Si mi cuerpo tenía dos autoinmunes, no era porque me hubiera tropezado con ellas como quien se tropieza con una moneda por la calle; que estuviera constantemente siendo atacado por distintos patógenos no era porque fuera la única que estuviera en contacto con ellos. Todo esto era a causa de unas circunstancias muy concretas que habían permitido que eso ocurriera.

En la búsqueda por mejorar mi sistema inmune me encontré con los trabajos de cientos de investigadores y científicos que me resultaron tremendamente interesantes y que resonaban mucho conmigo, pues, de alguna manera, concordaban con lo que yo misma había ido experimentando con mi cuerpo y mi salud.

Llegué a la conclusión y, posteriormente, pude constatar a través de los trabajos y artículos de dichos expertos, que la realidad no concordaba con la idea de que frente a un patógeno lo único que se puede hacer son dos cosas: o rezar para que no lo pilles, o rezar para que, si lo pillas, haya una forma rápida y eficaz de combatir los síntomas que dicho patógeno produce.

Cada vez hay más claridad en cuanto a que ni la infección ni la enfermedad son eventos totalmente fuera del alcance de una persona. Sin embargo, como suele ocurrir en muchos ámbitos de la vida, los intereses de unos pocos suelen estar por encima de los de la mayoría.



CONDICIONES EN LAS QUE SE DAN LAS ENFERMEDADES

Con la intención de encontrar pruebas científicas que demostraran lo que yo estaba experimentando en mi propio cuerpo descubrí que la teoría de que los microbios fueran la causa de las enfermedades estaba totalmente desfasada. De hecho, en el siglo pasado, el que fuera Premio Nobel de Medicina en 1931, Otto Heinrich Warburg, ya por aquel entonces, explicó que para que una enfermedad tuviera lugar se tienen que dar una serie de condiciones que son: la hipoxia, la desnutrición celular y la alteración del pH.

Con la intención de que conozcas estos conceptos, aunque sea por encima, te los explico a continuación:

  • La hipoxia es la disminución de oxígeno del que disponen las células del organismo. Sin el oxígeno necesario el funcionamiento de dichas células no puede ser el adecuado.

  • La desnutrición celular, por su parte, supone que las células no reciben los nutrientes necesarios para poder llevar a cabo todas las funciones que realizan en el organismo, y que repercuten en todos los tejidos, órganos y sistemas del cuerpo.


Si se dan estas condiciones (la hipoxia, la desnutrición celular y la alteración del pH) se produce una pérdida de equilibrio existen entre el medio extracelular y el medio intracelular. El equilibrio, que se conoce como homeostasis, es necesario para una buena salud. Y, dado que su pérdida resulta tan fatal para la salud, es algo que nuestro organismo intenta evitar por todos los medios posibles, cueste lo que le cueste.


Por tanto, aferrarnos a la idea de combatir los microorganismos pensando que así evitamos la enfermedad no tiene ni fundamento, ni evidencia real. De hecho, si cualquier persona quisiera evitar que los patógenos tengan las condiciones necesarias para producir una infección y una enfermedad, lo que hay que hacer es priorizar el equilibro del medio interno.


HERRAMIENTAS PARA LOGRAR LA HOMEOSTASIS

Una de las herramientas con las que contamos para mantener ese equilibrio es recuperar nuestra forma de alimentarnos, es decir, hacer todo lo posible por llevar una alimentación lo más natural que se pueda, que se aleje de los alimentos procesados, de los aditivos tóxicos y de los pesticidas.

De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha reconocido que muchos de los productos que actualmente encontramos en los supermercados son peligrosos para la salud porque contienen cantidades muy elevadas de azúcar, grasas saturadas y grasas “trans”. Todo estos elementos son los responsables de la pandemia de sobrepeso, diabetes, enfermedades cardiovasculares, problemas digestivos, renales, pancreáticos, hepáticos, neurológicos y un largo etcétera.


Científicamente se ha comprobado que la forma en que nos alimentamos influye directamente en nuestra salud. De hecho, la alimentación jugaba un papel sumamente importante en la terapia de la medicina hace más de 30 años. Sin embargo, a medida que los medicamentos y la ciencia en la que los fundamenta, la farmacología, han ganado dominancia, interesó que la alimentación pasara a un segundo plano.


De modo que está en nuestras manos, y al alcance de ellas, lograr un sistema inmunitario capaz de hacer frente a los restos que los tiempos actuales nos presentan. Para ello donde debemos poner el énfasis es en facilitar al organismo ese estado de equilibrio, y una de las herramientas con la que lo conseguimos es a través de la alimentación.


Aumentar el consumo de hortalizas, especialmente, de hojas verdes, frutas, semillas… productos naturales, productos reales es una de las soluciones. Mientras que empeñarnos en poner parches, que a la larga producen más mal que bien, no es la respuesta que permite disponer de un terreno donde virus, bacterias y demás patógenos no tengan absolutamente nada que hacer ¿no te parece?

Un abrazo,


P.D.: si quieres que te ayude a fortalecer tu sistema inmunitario o a transitar tu proceso autoinmune de una manera diferente, mándame un correo electrónico y hablamos (info@esperanzadelatorre.com).


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