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Lo que te pide tu sistema inmune para que puedas sanar


Puedes leer este post mientras te tomas algo; o puedes escucharlo aquí. Tú eliges ;-)



En estos tiempos que estamos viviendo, en los que nuestras vidas han cambiado en tantos aspectos, y en los que la incertidumbre parece que lo abarca todo, uno de los grandes protagonistas ha sido el sistema inmunitario.


La gran mayoría de las personas han tomado consciencia de la importancia de este sistema y de lo fundamental que resulta cuidarlo para poder estar saludables (tema del que hablábamos aquí la semana pasada). Sin embargo, en el artículo de hoy comparto contigo una nueva perspectiva del sistema inmunitario que quizá te ayude a cambiar tu mirada y poder transformar tu salud de una manera totalmente distinta.


 

LO QUE TE CUENTAN CUANDO TE DIAGNOSTICAN

Cuando en el año 2009 me dijeron que tenía una enfermedad autoinmune no supe de qué me estaban hablando. Por aquel entonces nunca antes había oído hablar de enfermedades autoinmunes.


A medida que pasaba el tiempo y veía que la situación no hacía más que empeorar (si no conoces mi historia aquí te la cuento), decidí que quizá era hora de empezar a entender qué era exactamente lo que estaba pasando en mi cuerpo, puesto que nadie me había dado más explicación a parte de la tan célebre frase para una persona con una autoinmune de “tu sistema inmunitario está atacándote cuando no debería”. Así que eso hice, buscar causas y explicaciones.


En mis comienzos me empapé de información de carácter médico y científico, que pocos avances me permitieron hacer. Me pegué un año entero recopilando información y entendiendo cómo funcionaba un sistema inmunitario sano, para luego averiguar las distintas teorías existentes sobre lo que podía estar pasando al mío, un sistema inmunitario enfermo que, en principio, atacaba por error al propio cuerpo. Mi sistema inmunitario, y el de cualquier persona con una enfermedad autoinmune, estaba dando un golpe de estado y no entendía por qué.

CUÁL ES LA FUNCIÓN DEL SISTEMA INMUNITARIO

Prácticamente todo el mundo, y más en la actualidad, conoce cuál es la función del sistema inmune: defender el organismo de cualquier peligro (virus, bacterias, hongos, parásitos, etc.).

Nuestro sistema inmunitario es el que nos permite comernos un alimento que puede contener un parásito o un hongo, y que no nos pase nada. Nuestro sistema inmunitario es el que se encarga de que, si alguien se corta un dedo con una herramienta que tiene una bacteria, no se lo tengan que amputar o que no se muera por el fallo multiorgánico por la infección. Nuestro sistema inmunitario también es el que se encarga de neutralizar toxinas cuando un insecto nos ataca. Y así cientos y cientos de casos más.

Dicho en palabras más sencillas se suele comparar al sistema inmunitario con un sistema de defensa, como si fueran las las fuerzas armadas de nuestro cuerpo, formadas por distintos tipos de ejércitos y soldados.

Por tanto, su labor es la de atacar y aniquilar el enemigo, venga de donde venga, sea del tipo que sea. Reconoce todo aquello que es extraño para, a continuación, neutralizarlo; nos defiende de agresiones externas.


Sin embargo, no todo lo que viene de fuera resulta hostil para el organismo. Cuando comemos, el sistema digestivo se encarga de descomponer los alimentos en partes más pequeñas que sirven de combustible para realizar funciones fundamentales del cuerpo. Aquello que se ha transformado pero que no le sirve, lo desecha, y el cuerpo lo expulsa. Cuando respiramos, nuestro sistema respiratorio utiliza el oxígeno para realizar diferentes funciones, y lo que no le sirve lo expulsa convertido en dióxido de carbono.

Por tanto, podemos decir que cualquier elemento que penetra en nuestro organismo tiene dos posibles futuros: o se transforma en algo que sea de utilidad para el cuerpo, o es eliminada. Y quien se encarga de eliminar lo que no es útil son los órganos de eliminación, que expulsan los desechos, o el sistema inmune, que neutraliza lo que es una amenaza.

EL AUTOCUIDADO DEL SISTEMA INMUNE

Sin embargo, también aprendí que, además de encargarse de las amenazas externas, una de las funciones del sistema inmune es el autocuidado, el ir célula a célula, tejido a tejido, órgano a órgano, sistema a sistema revisando que todo esté bien, comprobando que no ha tenido lugar ningún cambio en nuestro organismo que suponga un problema.

Si esto ocurre, nuestro sistema inmunitario busca el equilibrio, la homeostasis de la que hablábamos en el anterior post y que tan importante resulta, y encuentra la forma de recuperar dicho equilibrio, prevaleciendo ante todo el bien común.

De modo que el sistema inmunitario no solo se encargaba de pegar tiros y eliminar el enemigo que entraba desde el exterior a hacernos daño, sino que, si detectaba que algo no iba bien, se encargaba de que recuperar el equilibrio, de volver a la homeostasis.

LA APLASTANTE REALIDAD

Sin embargo, lo curioso fue que, según investigaba y me daba cuenta de todo el entresijo de mi cuerpo, del sistema inmunitario, de los síntomas y demás, fue cuando mi mirada dejó de poner la atención en la dirección que no me aportaba nada.


Y, según iba encontrando la información que durante los primeros años me habría encantado conocer, pero que los médicos no me dieron y que yo, por mi situación física, mental y emocional no fui capaz de investigar, se producía un proceso de conciencia que me permitió darme cuenta de que seguir ese camino no me iba a llevar a ningún lado.

Ese camino era el que habían transitado y transitaban millones de científicos y médicos desde hacía décadas. Y se encontraban en un callejón sin salida, en un callejón que, lo máximo que les había permitido lograr era poner parches a algunos síntomas, pero no curar una enfermedad autoinmune.

UNA NUEVA VISIÓN

Allí me encontraba yo. Me había parado en mitad del camino porque me había dado cuenta de que ese camino realmente no era el que yo buscaba. Había comenzado a recorrerlo porque creía que era el que me iba a dar la solución a mis problemas de salud, pero reconocí humildemente que muchos otros, más inteligentes, con muchísima más formación, con muchos más recursos habían fracasado. Así que abandoné.

Abandoné ese camino, pero no tiré la toalla. Durante un tiempo, lo dejé estar. Pero no dejaba de rondarme la cabeza algunas ideas que tenía claras a raíz de toda mi investigación: “Así que, el sistema inmunitario es capaz de distinguir lo que yo soy y lo que viene de fuera como extraño. Si eso que viene de fuera no se transforma en aquello que soy, el sistema inmunitario busca su eliminación”.


De alguna manera todo esa investigación, esas conclusiones e ideas claras que tenía de lo que era un sistema inmune y del gran trabajo que hacía, que no se limitaban al ataque, sino que tenía una labor mucho más profunda, mucho más hermosa, no dejaban de rondarme por la cabeza.

Era como una canción que escuchas cientos de veces y que parece que no eres capaz de dejar de canturrear: “Reconoce lo que soy de lo que no soy”. “Diferencia lo que soy de lo que no soy”. Y esta especie de canción que se había creado en mi cabeza me permitió llegar a una conclusión clara: “Si me ataca, es porque no estoy siendo yo”.

Esta verdad cayó como una losa pesada que me aplastó, pero que también me liberó. Me daba cuenta de que durante toda la vida me había adaptado a las circunstancias, a las personas que me rodeaban, había intentado por todos los medios pasar desapercibida y no causar problemas a nadie, no me había podido enfadar y no me lo permitía. Y eso era una verdad.

Y fue una de las cosas que empecé a trabajar y a cambiar. Dejé de ser la que me había inventado para ser yo. Esto, junto con otras herramientas y recursos, me permitió transformar mi situación por completo. No fue algo que pudiera hacer en dos días. Llevó tiempo, pero ya sabía qué camino era el que tenía que seguir. Ya sabía que ese camino, a diferencia del anterior, no era un callejón sin salida.

Seguí centrada en los hábitos de vida que me habían ayudado a mejorar tanto, pero empecé a profundizar en aquellas partes más ocultas de mí que llevaban tiempo pidiendo ser transformadas. Y fue así como, desde un lugar que requirió apertura, comprensión, paciencia y amor, todo empezó a cambiar.

Y eso es lo que hago hoy por hoy, ayudar a descubrir a otros que no es cuestión simplemente de incorporar aspectos externos y ajenos, sino que la historia va de que, para poder integrar eso externo que no resuena en nuestro interior, primero hay que transformarlo en aquello en lo que yo soy.

Enseño a otros a equilibrar y armonizar lo que hay dentro; les acompaño a descubrir ese personaje que se han construido, ese que nos les deja ver el brillo de lo que realmente son; les muestro cómo reconocer lo propio de lo extraño, y diferenciar lo que son de lo no son, lo que les aporta y lo que les daña. Y en ese destramar, vamos tejiendo una nueva historia, la que es, la que siempre ha sido y la que debe ser, la de verdad.


Un abrazo fuerte,





P.D.: si se te apetece que trabajemos juntos o tienes alguna duda al respecto, mándame sin problema un correo a info@esperanzadelatorre.com



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