Lo más probable es que, después de la solución a su problema de salud, lo que más desea conocer una persona con un trastorno autoinmune es el motivo de su enfermedad. Y, aunque la medicina oficial no tiene claro aún cuáles son las causas que originan las enfermedades autoinmunes, hoy me gustaría que fuéramos un paso más allá de esas aparentes causas físicas que se han establecido como posibles, y nos adentremos en las profundidades de lo oculto y de lo sutil, donde tiene lugar el original.
BUSCANDO EN EL LUGAR EQUIVOCADO
Como te comentaba en el último post, Cuando tienes una EAI, no encontrarás el problema (ni la solución) en el cuerpo, cuando me puse a investigar qué había originado que desarrollara dos enfermedades autoinmunes (te cuento mi historia aquí), llegó un momento en el que me quedé sin cuerpo físico en el que buscar.
Había empezado investigando sobre el sistema inmune, puesto que lo que tenían en común las dos enfermedades crónicas que me habían diagnosticado eran que resultaban ser consecuencia de un ataque erróneo por parte del sistema que estaba destinado, en realidad, a defenderme.
Pero, claro, estudiar el sistema inmune me llevó a estudiar los procesos que habían tenido lugar en mi cuerpo para que mis defensas se convirtieran en enemigo. Me preguntaba una y otra vez “¿qué puede estar ocurriendo para que el cañón que apuntaba hacia afuera del castillo se hubiera girado y ahora esté lanzando las bombas en el interior?”
Cada paso me llevó a ir profundizando más y más en mi cuerpo físico y en cada elemento que me constituía. Sin embargo, a medida que me iba adentrando, empezaron a aparecerme preguntas que me hacían plantearme si ese era el camino adecuado, el que me iba a proporcionar las respuestas y la solución.
Porque en cada causa que hallaba, encontraba una causa nueva, pero no la causa final. De modo que, según vislumbraba el final de mi cuerpo, me daba cuenta de que allí no iba a encontrar la causa primaria porque no estaba allí. Me di cuenta de que en mi cuerpo no estaba el origen de mis enfermedades autoinmunes. De ahí, quizá, que los médicos a día de hoy no pudieran establecer cuáles eran las causas de este tipo de patologías.
Todo este proceso que experimenté al querer encontrar las causas de mis autoinmunes resulta algo bastante complicado de expresar con palabras. El lugar al que me estaba dirigiendo no era solo resultado de un estudio profundo del cuerpo físico y de no encontrar las respuestas ahí, sino que algo dentro de mí empezaba a sentir una certeza de que el final del túnel al que había llegado era, en realidad, el principio de otro que tenía por delante y que, por alguna razón ajena a mi comprensión en ese momento, estaba siendo capaz de ver con absoluta claridad.
UN NUEVO LUGAR DONDE BUSCAR
Y, según iba adentrándome y quedándome sin materia física a la que hacer responsable de mi desgracia, porque en aquella época yo las veía así, me encontraba más y más información que hablaba sobre la importancia de la energía y de la función tan determinante que tenía en la salud de una persona.
Según la física cuántica, antes que un cuerpo físico somos energía. De hecho, la energía vibra de tal manera que se conforma como materia física de un modo determinado. Eso significa que, si mi sistema inmunitario había terminado perdiendo la autotolerancia, es decir, la capacidad para diferenciar lo ajeno de lo propio, era porque la energía que me conformaba vibraba de tal manera que ése era el resultado.
Sin embargo, llegado este punto, se me planteaba otra cuestión: si el cuerpo físico es resultado de una vibración determinada ¿Qué es lo que hace que vibremos de una forma o de otra? Por tanto, ¿Qué hay detrás de la energía?
EL PRIMER ESCALÓN, LAS EMOCIONES
A esta pregunta mucha gente responderá que lo que hace que una persona vibre de una forma u otra son sus emociones. Sin embargo, pensar que nuestras emociones son capaces de producir una enfermedad autoinmune, por ejemplo, es harina de otro costal.
De hecho, la gran mayoría de los médicos no consideran que las emociones tengan relación directa con la salud de una persona como para causarle una enfermedad de esa magnitud. Sin embargo, gracias a algunas investigaciones, se sabe que las emociones son sustancias químicas producidas por nuestro cuerpo.
Desde hace algunas décadas se tiene constancia de estudios1 que, de manera irrefutable, confirman la inquebrantable unión entre mente y cuerpo. De hecho, entre los descubrimientos realizados, se encuentra cuáles son las moléculas exactas de las emociones.
Estas moléculas, que son, en realidad, neuropéptidos, son producidas por las células del cerebro. A continuación, entran en contacto con los receptores que existen en todas las células de nuestro organismo.
Dicho de manera más sencilla: por nuestra sangre circulan una serie de moléculas que son como una especie de llaves (neuropéptidos) que abren las puertas (receptores) que se encuentran en la superficie de las distintas células de nuestro organismo.
Una vez que el neuropéptido se ha unido con la célula, no solo estamos sintiendo una emoción determinada (alegría, felicidad, miedo, tristeza, etc.), sino que esa unión conlleva la modificación de la química y la electricidad de dicha célula. Como resultado de esa modificación química y eléctrica, hay un cambio en las funciones de las células con lo que eso supone para nuestro cuerpo físico.
Y resulta que, hasta hace poco, se creía que estas moléculas estaban únicamente en el cerebro. Sin embargo, descubrir que las moléculas de las emociones se encuentra repartidas por todo nuestro organismo (válvulas del corazón, esfínteres y células del sistema digestivo, en la piel, etc.), y que existe algún tipo de sistema de comunicación a través del cual el cuerpo responde a una determinada emoción es algo más novedoso.
Por tanto, la vida de cada una de las células que nos conforman está determinada por los mensajes que las moléculas de las emociones emiten a las células. Son esas comunicaciones que tienen lugar, y no precisamente los genes, los que establecen nuestra conducta y nuestro funcionamiento biológico. Pero esos mensajes no solo afectan a estos aspectos, sino que también influyen en nuestro estado mental.
Los hallazgos realizados en este campo han permitido concluir que la mente y el cuerpo están unidos como si se tratara de una entidad única. De este modo, queda demostrado que el cuerpo y la mente están interconectados y, por tanto, cómo las emociones se pueden manifestar a través del cuerpo. Desgraciadamente, la mayoría de los médicos y terapeutas no tienen en cuenta todo esto, o no le dan el peso que tiene a la hora de tratar las enfermedades de sus pacientes.
LO IMPORTANTE
Aunque faltan algunos aspectos por tratar sobre la génesis de los procesos autoinmunes, es decir, sobre el verdadero origen de las enfermedades autoinmunes, es importante aclarar y recopilar las ideas principales para que sea más sencillo avanzar.
Por un lado, sabemos que el cuerpo no hace nada por sí mismo. Si todavía no lo tienes claro, solo tienes que pensar en un cadáver para darte cuenta de que es así. Un cadáver es un cuerpo (materia), pero sin vida (espíritu) y sin conciencia (alma).
Los síntomas se producen en el plano físico, en nuestro cuerpo, pero no ocurre lo mismo con la enfermedad. La enfermedad no tiene origen en el sistema inmune, ni en nuestro aparato digestivo, ni en nuestra tiroides, ni en nuestra piel, ni en los genes que nos constituyen… ellos solo reflejan una información que procede de otro lugar, más profundo, más desconocido para nosotros incluso que nuestro propio cuerpo.
Y lo que hace el cuerpo es revelarnos que hay algo que está descompensado; nos avisa de que algo no va bien, de que tenemos que parar y prestar atención; y no ignorar sus avisos si lo que queremos es reestablecer el equilibrio que hemos perdido.
Aunque hay mucho más detrás de esa idea del equilibrio perdido que representa la enfermedad, sí te sirve para ir conociendo todo lo que hasta ahora considerabas de una manera tan distinta, y que te impedía poder dar los pasos necesarios para transformar tu situación.
Como hemos visto en posts anteriores, hay muchas personas que están siendo tratadas por la medicina oficial o por alguna terapia alternativa, y que han encontrado alivio o mejoría en ellas. Yo misma, en mis comienzos, utilicé la alimentación como herramienta terapéutica (en mi historia tienes los enlaces a los distintos posts en los que te cuento con más detalle todo mi viaje).
Lógicamente si hay una mejoría o una aparente solución al problema no hay que abandonar. Sin embargo, es vital que tomes consciencia de que esa medicina o terapia alternativa solo te está ayudando en una parte, porque suprimir un síntoma no es sanar. La verdadera solución, la curación real, que no es otra cosa que una transformación, está dentro de ti.
Y, como siempre te digo, el primer paso es cambiar la mirada. En el próximo post seguiremos profundizando en todo lo que hemos visto hoy, y daremos un paso más allá para que ese cambio de mirada sea posible.
Un abrazo,
P.D. 1: si quieres saber cuándo publico, suscríbete aquí.
P.D. 2: si necesitas una fuente científica que confirme todo lo que he hablado hoy, te dejo el siguiente enlace que, a su vez, te permitirá indagar más en caso de que así lo desees.
Post que te pueden interesar:
Comments