Cuando recibes el diagnóstico de una enfermedad autoinmune, una de las primeras cosas que quieres saber es qué ha causado que te encuentres como te encuentras. Para la medicina oficial el origen de las enfermedades autoinmunes es multifactorial. Esto quiere decir que son distintos los factores que intervienen en su desarrollo (genéticos, ambientales, infecciosos, etc.).
A pesar de ello, la medicina no tiene claro cuáles son los mecanismos exactos que hacen que el sistema inmunitario de una persona pase de ser un sofisticado sistema de defensa a su peor enemigo. Sobre lo que sí tiene claridad es que las causas de las enfermedades (autoinmunes o no) se encuentran en el cuerpo físico.
Así que, ya bien sea que considere responsable al sistema inmunitario, al digestivo, al nervioso o a los genes, el problema tiene lugar en alguna parte de nuestro cuerpo y, por tanto, la solución también tiene que estar ahí.
De manera que, si la enfermedad es el conjunto de síntomas que tienen su origen en el mismo lugar en el que se manifiestan, es decir, en el cuerpo humano, se comprende la tendencia existente a querer eliminarlos cueste lo que cueste. Si los síntomas son los que causan todo lo malo que trae la enfermedad, eliminarlos significa resolver el problema, es decir, la enfermedad.
Pero no ocurre así. Prácticamente todos los tratamientos existentes a día de hoy lo que consiguen es reducir los síntomas, es decir, la forma en que se manifiesta la enfermedad; pero no la hacen desaparecer y, en muchos casos, tampoco al síntoma.
Eso no significa que tengamos que abandonar el tratamiento que estemos siguiendo. De hecho, en algunas ocasiones, llega un punto en que es vital (sobre todo esto hablábamos en este artículo: ¿Cuál es la solución de la medicina a las enfermedades autoinmunes?). Sin embargo, lo que hay que ir más allá, y enfocar nuestra voluntad y nuestros recursos en lo que verdaderamente nos ayuda a sanar, e intentar que los parches a nuestro problema tengan los días contados.
Y ¿Cómo podemos hacer que tengan los días contados? Pues teniendo en cuenta que, en el viaje para sanar una enfermedad autoinmune, ésta y muchas otras creencias se tienen que ir desmontando.
Si queremos transformar una enfermedad autoinmune o cualquier proceso crónico, uno de los aspectos fundamentales es dejar de separar los distintos sistemas y órganos del cuerpo.
Cuando hacemos esta separación, es como si las distintas partes que lo constituyen fueran ajenas las unas a las otras, como si no hubiera ya evidencia clara de cómo, por ejemplo, el sistema nervioso afecta al digestivo, y el digestivo al inmune, etc.
De la misma manera que las distintas partes del cuerpo deben ser contempladas teniéndolas presentes las unas y las otras, el cuerpo físico tampoco puede ser separado de todo lo que la persona trae: sus experiencias, sus emociones, sus pensamientos, sus creencias, sus miedos, sus traumas, sus vivencias… En otras palabras, no podemos separar el cuerpo físico del cuerpo mental ni del emocional.
De hecho, en la actualidad, está cada vez más en auge la Psiconeuroinmunología, una nueva disciplina científica que estudia la manera en que los impactos emocionales se transforman en síntomas físicos a través de nuestro sistema inmune, con la ayuda del sistema nervioso y el endocrino; es decir, es el que se encarga de unir el mundo mental y el mundo físico.
Este es el resultado de muchos por intentar comprender la enfermedad más allá del ámbito puramente material, y adentrarnos así desde un perspectiva más amplia y holística. De hecho, son cada vez más los científicos que consideran que todas las enfermedades son la expresión de un conflicto psíquico, es decir, son psicosomáticas, independientemente del lugar donde aparezcan.
Nota: Las enfermedades psicosomáticas son las enfermedades que se manifiestan a través de distintos síntomas en el cuerpo, pero que tienen como origen la psique humana, es decir, las emociones.
Este enfoque amplio de la salud y de la enfermedad considera al cuerpo físico como simplemente un escaparate que muestra, en forma de síntoma, una incongruencia, algo que ha perdido el equilibrio existente. De esta manera, es a través de los síntomas la forma en que la persona experimenta aquello que es necesario equilibrar y que, hasta ese momento, no ha sido ni escuchado ni atendido.
Cuando tenemos en cuenta esta mirada, vemos que enfermedad y síntoma son dos cosas distintas. El síntoma es una señal que se manifiesta en el plano físico, en el cuerpo; mientras que la enfermedad es el resultado de un conflicto emocional resultante de una experiencia no integrada, es decir, la enfermedad es fruto de una información que yace oculta en nuestro inconsciente.
De este modo, el síntoma pertenece al plano corporal, al visible, al de la materia; y la enfermedad, al plano conciencial, al invisible. La enfermedad es el desequilibrio que experimenta la persona, y los síntomas son la forma que utiliza la enfermedad para llamar nuestra atención, y que así podamos advertir lo que está ocurriendo en un plano más profundo de nuestro ser.
El síntoma llega y se hace notar. Y es que la finalidad del síntoma es alentada por la incomodidad y el malestar que le son propios, que nos impiden continuar con nuestra rutina. Y, dado que el síntoma es la representación corporal de un desequilibrio en la consciencia, el propósito de la enfermedad se expresa a través de él.
De este modo, sanar es transformar conscientemente la naturaleza de cualquier experiencia de vida no integrada. Y ¿Qué es una experiencia de vida no integrada? Pues, aquella experiencia del pasado, más concretamente de la infancia, que no supimos gestionar porque en esa etapa de la vida nos faltaban los recursos emocionales y mentales para poder hacerlo.
Y puedes estar pensando que tú no viviste nada que realmente te pudiera causar un trauma tal que te haya llevado a desarrollar una enfermedad autoinmune. No hace falta porque, incluso, aquellas personas que han vivido infancias relativamente felices se encuentran totalmente condicionadas por esas heridas no sanadas.
La ausencia de una madre que trabajaba muchas horas y no tenía tiempo para ocuparse de ti. Un padre con depresión que permanecía todo el día en la cama. El doloroso divorcio de tus padres. Tu hermano mayor que te encerraba en un armario durante horas… Son infinitas las formas que puede adoptar una experiencia de vida no integrada. Muchas pueden resultar aparentemente inofensivas, pero se convirtieron en conflictos de la infancia que quedaron sin resolver.
Sea lo que sea que pasara, sigue condicionando tu presente en muchos sentidos, uno de ellos está relacionado estrechamente con tu proceso corporal, con tu enfermedad. El cuerpo nos avisa de que tenemos que mirar hacia dentro. El síntoma aparece y nos obliga a romper con nuestra inercia, y es precisamente eso lo que nos lleva a realizar un viaje profundo de búsqueda con la intención de descubrir qué esconde y qué nos trae la enfermedad, qué necesita ser mirado para así sanar.
Te deseo que tu viaje sea fructífero.
Un abrazo,
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