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Tus síntomas y los secretos que traen para ti






El cuerpo no hace nada por sí mismo. Esta frase formaba parte del final del último post (¿Qué son las enfermedades autoinmunes realmente?), en el que empezaba a profundizar en las causas por las que la medicina no puede curar las enfermedades autoinmunes. Hoy continuaremos con otra de las razones que conducen a que, si sigues por ese camino, lo máximo a lo que puedas llegar es a paliar síntomas, pero nunca a transformar tu situación.

 

Frente a los síntomas ¿Qué hacemos?

Hoy en día contamos con la posibilidad de que, nos enfrentemos a la molestia a la que nos enfrentemos, podemos aliviarla o, incluso, hacerla desaparecer. Y esto es lo que siempre nos han enseñado que es lo sensato.¿Cómo que no lo es?”, puedes estar pensando. Aunque todavía no creas que tenga absolutamente nada de malo aliviar los síntomas, desgraciadamente, así es.

Lógicamente la medicina, acompañada demasiado de cerca por la industria farmacológica, lo que ha hecho a base de bien es que frente a un síntoma “¡preparen armas!... ¡apunten!... ¡¡fuego!!”. En otras palabras, en lo que se han centrado principalmente es en que hay que cargarse al síntoma tan pronto aparezca.

Y, como es natural, hay síntomas sumamente peligrosos que hay que evitar a toda costa porque la vida de la persona corre peligro. De modo que la única solución viable es poner remedio inmediato a través de todo tipo de fármacos. Como también ocurre cuando el nivel de dolor pasa de lo tolerable.


Y, como vimos en el post ¿Cuál es la solución de la medicina a las enfermedades autoinmunes?, la medicina oficial es la mejor para esas cuestiones, y no hay que desestimar en lo más mínimo los grandes avances que han hecho y de los que uno se puede beneficiar.

Ahora bien, no siempre tiene que hacerse así. De hecho, la gran mayoría de los síntomas no presentan peligro de muerte y, por tanto, las medidas planteadas por la medicina no son tan urgentes. ¿Le está dando a alguien un infarto? pues corriendo se llama al número de urgencias y que ayuden a esa persona con todas las medidas necesarias. Esto no va de negarse a ningún tipo de tratamiento. Eso sería absurdo y peligroso.



Las razones por las que eliminar los síntomas se considera lógico

Sin embargo, la cuestión es que se ha llegado a un punto en que, realmente, el síntoma no se atiende. Lo que se pretende es quitarlo de en medio porque molesta; porque, según nos han dicho, el síntoma no sirve para nada, salvo para fastidiar.

Pero ¿Cuáles son los motivos por los que, frente a cualquier tipo de molestia, sea de la índole que sea, nos vamos derechos a la farmacia, al botiquín, o al médico? Pues, por varios motivos que te comento a continuación.

Por un lado, como veíamos en el apartado anterior, conviene que este patrón en el que cualquier problema en el cuerpo siga siendo gestionado a través de fármacos. Si tú eres capaz de eliminar un dolor o cualquier molestia sin la necesidad de una pastilla, entonces ¿Qué ocurriría con las farmacéuticas o con la actual sanidad?

Por otro lado, esta inclinación al uso de medicamentos, tiene toda la lógica en una sociedad que quiere las cosas para ayer; no para ya, sino para ayer. Así que, si me duele la cabeza, ¿Qué hago? tomarme un ibuprofeno. Que me pongo con catarro y tengo unas décimas, pues paracetamol. Que me levanto con dolor de espalda, pues me tomo otro analgésico. Que me sale un eccema en el brazo, por ejemplo, pues una pomada, y listo.

Porque los enormes avances que la ciencia ha hecho con la finalidad de que nadie tenga que aguantar una molestia ni aguantar el más mínimo dolor, tienen todo el sentido en el mundo en el que vivimos. En una sociedad moderna como ésta “¿por qué voy a tener que aguantar ninguna molestia? ¡Es absurdo!”

Además, otro de los motivos que ha perpetuado este patrón del uso de pastillas a diestro y siniestro es porque nos han enseñado a ignorar y a pasar por alto la comunicación con nuestro cuerpo. Vivimos tan desconectados de nuestra naturaleza, de nuestra esencia que no tenemos la más remota idea de que el cuerpo nos avisa de que algo no está yendo bien.

De modo que nosotros, en vez de escuchar al cuerpo, le mandamos a callar, como si así no fuera a seguir llamando la atención. Y lo hará. Encontrará otra manera de llamar nuestra atención. Y esa manera tampoco nos gustará. Cada vez nos gustará menos. Pero esto interesa, como te comentaba, que permanezca así.


De hecho, cuando aparecen los síntomas, la forma que tenemos de reaccionar es como si nos encontráramos frente a una manada de elefantes que estuviera huyendo despavorida. Nosotros, los seres humanos, que a penas estamos conectados con nuestro cuerpo y nuestro entorno, nos extrañamos de esa huida.

Y, en vez de preguntarnos de qué pueden estar huyendo los elefantes; qué puede ser que esté ocurriendo, porque algo está ocurriendo, eso seguro; lo que hacemos es cerrar las vallas del terreno por el que están pasando, para que se estén quietos y su estampida no nos moleste. Ignorando que lo que pensamos que va a ser el remedio, en realidad, va a ser peor, como dice el refrán, que la enfermedad. Los elefantes están ahí; y ahora, encerrados y con mucho más miedo que antes.

Por último, una de las razones que nos lleva a poner remedio a todos los síntomas mediante fármacos es porque creemos que, al eliminar el síntoma, eliminamos el problema; lo que convierte al síntoma en nuestro enemigo. Cuando para nada es así.

¿Por qué los síntomas no son el enemigo?

La medicina oficial y, por tanto, la gran mayoría de la población presuponen que, si se elimina el síntoma, se elimina la enfermedad. Por tanto, si el enfoque es que la enfermedad es un conjunto de síntomas y estos son los que nos causan todos nuestros problemas físicos, es lógico considerar que la solución es eliminar los síntomas, puesto que son el enemigo a batir.

Creemos que, al eliminar el síntoma, podremos continuar con nuestra vida como si nada, pero no es así. En realidad, como ya adelantamos en el post anterior (¿Qué son las enfermedades autoinmunes realmente?), esta visión está totalmente desencaminada y, por lo tanto, no es la solución.

De hecho, el síntoma es una llamada de atención que se manifiesta en nuestro cuerpo para que paremos el automatismo de nuestro día a día. El síntoma, con la incomodidad, con el dolor o con la desazón que nos causa, nos obliga a detener nuestras rutinas, nuestras costumbres, nuestra inercia, nuestros planes.

El síntoma está ahí para que nos demos cuenta de que hay algo que no está siendo atendiendo. Sin embargo, la manera imperante en la actualidad de gestionar la enfermedad deja patente que ni se sabe que, tras los síntomas, hay una información valiosa que los acompaña.

No nos han enseñado a pararnos y a pensar qué me puede estar queriendo decirme el cuerpo con ese dolor o con esa molestia. Lo que nos han enseñado es quitarlo de en medio para continuar como si nada. Y ahí radica uno de los mayores problemas.

La mayoría de la gente cree que el síntoma es la condición que demuestra que se está enfermo, y los síntomas molestan. Desconocemos que es, a través del síntoma, que el ser humano experimenta aquello que no ha querido o no ha podido experimentar conscientemente. El síntoma es la pista para poder lograr la transformación. Nos muestra sobre la mesa aquello que no somos capaces de ver.

Y los síntomas de las enfermedades autoinmunes no son excepciones. Al final, el hecho de que tú tengas la enfermedad de Graves-Basedow, artritis psoriásica, hepatitis autoinmune, la enfermedad de Addison, o cualquier otro proceso autoinmune es porque a ese conjunto de síntomas que experimentas le han puesto ese nombre, esa etiqueta.


Pero la información relevante nos la están dando los síntomas que acompañan a tu autoinmune, y es a ellos a los que hay que atender. Y desaparecen para siempre como consecuencia de que los hayamos atendidos, no porque nos hayamos tomado tal pastilla o tal otra. Esa pastilla, que no digo que en algunas ocasiones resulte vital, es simplemente un parche, es la cerca que le ponemos a los elefantes.


Entonces ¿Qué hago con mis síntomas?

Si le preguntas a cualquier médico o lees cualquier publicación sobre las enfermedades autoinmunes, sabrás que lo que comparten todas ellas, desde la esclerosis múltiple, pasando por la tiroiditis de Hashimoto, la diabetes tipo 1, el síndrome de Guillain-Barré, el vitíligo, la colitis ulcerosa, la enfermedad de Crohn, etc., es que el sistema inmunitario ataca al propio organismo.

Por tanto, se sabe con claridad que hay una lucha interna en el cuerpo. Y la cosa es que esto no se soluciona siendo valiente y enfrentándote a tu enfermedad autoinmune, ni con más lucha, ni eliminando los síntomas que la acompañan.

Y lo curioso es que la idea que trasmite tanto la medicina oficial como muchas otras terapias es precisamente eso, que seas positiva y que luches contra esa enfermedad que te ha tocado tener y todo lo que supone tenerla.

Sin embargo, es justamente lo contrario. De nada te servirá perpetuar una lucha que ya de por sí está teniendo lugar en tu cuerpo; de nada te servirá deshacerte de los síntomas que no te gustan y te molestan, que te traen una información que tú aún no eres capaz de ver ni de entender; de nada te servirá renegar de lo que está en tu vida porque por algo está ahí.

Y, lo más probable, es que llegados a este punto quieras saber qué puedes hacer entonces, cómo puedes resolver todo esto si resulta que los síntomas no son el quid de la cuestión. Pues déjame de decirte que se resuelve principalmente desde la conciencia, desde una enfermedad transmutada, nunca desde un síntoma derrotado. Porque la enfermedad no tiene su origen en el cuerpo. Y sobre esto hablaremos en el próximo post.


Hasta entonces, te mando un abrazo,



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